jueves, 20 de septiembre de 2007

Ella está sola, sin miedo

Subo a la azotea del
edificio donde trabajo
y la luna está ahí,
brillante,
sin importarle nada
de lo que pasa
aquí abajo. Le hablo
mientras recuerdo que
alguna vez fui
un decadente, un imbécil
que había dejado
de creer en los sueños,
por miedo a la caída.
Pero esa gran bestia,
se quedó y de sus fauces
surgieron los perros
infernales que ladran
y sólo muestran
sus colmillos
en cada borrachera
con rabia.
Había matado el sueño
pero había dejado con vida
al temor, o se trataba de
un sueño lleno de miedo
en mitad de la guerra
del fracaso. Algunas
mujeres aceptaron
mi derrota; otras,
simplemente,
se burlaron de mí;
pero todas tenían razón.
El arte no puede
cambiar el mundo,
decía Laurie Anderson
quizá cuando soñó
que el final de la luna,
no será nuestro.

Antes de bajar para seguir
con mi trabajo
pienso que no es demasiado
tarde para recuperar
los sueños. Después de todo
he caído tanto o lo
suficiente para comprender
que la caída, nunca termina.

Me llevo la mano a la boca
y sin temor a ser ignorado,
le lanzo un beso a la luna.
Ella, a pesar de estar
eclipsada por las nubes,
entenderá.