jueves, 27 de noviembre de 2008

antes de que el reloj nos vuelva indiferentes

tratándose de ti –como de la vida-, Mariela,
escribo con sudor y semen y sangre
y no me importan los astros.
tendría que escribirte algo hermoso
mucho más hermoso que la puta belleza de los jardines
secretos donde el amor hace sus tranzas con la desdicha,
algo mucho mejor que remar una tarde bermeja
por los sagrados lagos de Chapultepec
o que pasar un fin de semana tirados en una cabaña
de Tepoztlán o que caminar por las rocas
y la estupenda neblina de Cabo Polonio,
pero desafortunadamente he perdido el estilo
y me he convertido en una bestia sentimentaloide y antipática
y todas las palabras bellas sólo me resultan hipócritas
y fáciles,
pero no lo que siento por ti, Mariela, no esta especie
de arrebato surrealista cuando te veo vestida con tan poca tela,
este calor dadaísta incontrolable cuando te acercas a mí
con ese aroma de playas brillantes y soles húmedos
en el hotel de la lujuria
donde esperas ser atravesada por toda mi impaciencia
esas ganas de hacerte el amor en cualquier coche infrarrealista
o futurista -me da igual-
o en la calle minimalista de los sucios corazones olvidados,
o en los baños vulgares de las bibliotecas patafísicas,
sin conceptos, como a ti te gusta, a pesar de mi
enogorrosa manera de no bailar y escupir en los museos.
eres también la triste escritura de mis aeropuertos y
al ritmo de una cumbia arrabalera muy sabrosa
apareces en el llano fondo de mi soledad.

quisiera escribirle a tus ojos con la perfección de esos paisajes abiertos
donde huele a tormenta y la ojerosa luz del sol no se rinde;
un intento así de franco y directo, un golpe crudo y potente
al hígado de nuestro destino -si acaso hay tal-
sin miedo a equivocarme porque se trata de ti
porque tú eres igual de animal que yo y también has sentido que la vida
no vale la pena.
intentarlo como cuando era un mozalbete y me esforzaba por conquistar
a las muchachas de la prepa –si te hubiera conocido en ese entonces-
con versos catastróficamente cursis, pero netos,
cuando supe -cómo no- que yo había venido a perfeccionar el espíritu
del hombre; pero carajo, me aburrió tanto ese maldito juego
que ya no sé, mujer, cómo le hacía.
sólo a veces recuerdo que mi sangre incuba la semilla
de un nuevo amanecer.

ahora sólo tengo este corazón cansado de batallas estúpidas
por subir a la montaña –nunca me di cuenta que la montaña,
cuando era niño, ya había llegado a mí- y no tengo nada interesante
que ofrecerte.
sólo escombros, ojeras, malos pasos, silencios prolongados
y -eso sí- el incendiado polvo de la brama para tocarte hasta los huesos:
sólo entonces me doy cuenta que sigo vivo.

esta tarde me pides que te escriba cosas hermosas
algo así como describierte la escena de una tarde lluviosa
en una plaza empedrada, llena de árboles y vacía.
el amor tiene cosas estúpidas y no me da vergüenza.
te sientes triste y el frío crece como una sinfonía insoportable
entre las palmeras
y a la playa se han acercado los tiburones toro
y tus sueños no se vuelven realidad,
pero eso ya lo sabes.
habitas un lugar que no te imaginabas cuando llegaste aquí;
quizá pensaste que esto duraría pocos meses
y después vendrían otras historias, otras fantasías,
pero siempre pasa así.
uno se va quedando en un lugar y cuando se da cuenta,
bien o mal, han pasado los años.
tus viajes y la soledad donde dormiste muchas veces,
esos encuentros fortuitos con otras pulsaciones fortuitas,
las inevitables despedidas descritas en las últimas líneas
de un diario, a principios del siglo XXI, en un cuarto de hotel,
te ayudan a soportar la oscura incertidumbre del naufragio
de este instante:
el aburrimiento de este siglo,
hoy 20 noviembre sabes que la revolución es pura estafa
y no te tragas esa postura idiota:
tú eres valiente y fraternal y eres perversa y loca y sabia
como el viaje ancestral
de una incendiada procesión huichol hacia el desierto.

mis palabras, Mariela, están heridas por el desencanto y la desilusión.
tú me has ayudado a llegar a casa borracho, tú me has dicho ya basta
y me has arrastrado por la calle a pesar de mis alaridos y has sido testigo
del paulatino derrumbe de mis últimas creencias,
has soportado mis crudas y ahora estás en ese salto mortal
de un tipo cualquiera
cuando el calendario marca 30 navidades
y el gran poema no tiene grandeza y el gran hallazgo es aburrido
y el gran concierto no existe.
has recogido mi llanto y mi desesperanza y las has transformado
en amaneceres esplendorosos sobre la cama,
sin tener nada qué hacer, porque así debió ser todo: sin nada qué hacer
sin movimiento como las piedras
y también has convertido ciertos atardeceres,
donde el sol es una palabra vital y dorada y las nubes
rojasrosasmoradas y el viento
es otro cálido amigo,
mientras bebemos una cerveza y fumamos el vacío en la azotea
y el mar es nuestra imaginación llena de vida y tú sonríes
y, carajo –ya sábanas-, esos ciertos atardeceres
los has convertido en un momento sagrado.
tendrían que durar, por lo menos, un poco más.

te la has rifado conmigo, Mariela, me has aceptado a pesar
de que he sido un pusilánime, te la has jugado y has penetrado
en mi locura como si se tratara de una fiesta,
y sabes que el miedo, solamente, es un bróder mala copa.
has soportado mis demonios, los has aceptado,
y los acaricias con la misma ternura con la que acaricias
a los perros callejeros de cualquier ciudad donde ya no hay fe
ni alegría
y aún así me pides, por lo menos, unas cuantas palabras hermosas.
confías en que haya algo de estrellas en este cosaco
lleno de vicios y cinismo y tristeza
a este tipo que se iría con cualquier otra
y tu belleza me mira desde la cama –el sabor de las uvas
y la exactitud de la sal y el veneno es en tus labios,
tus tiernas manos agresivas al cortar las flores;
y el nombre de las cosas importantes con el mío
en tu voz,
las huellas de tu sangre en otros cuartos y tu sudor,
Mariela, el ácido rumor de tus emociones conquistadas,
y más y más y más delirios para este cerebro adulterado
por los excesos de la vida potencializados por ti-,
tu belleza es posible porque es más alta que todo la historia del arte,
más alta y mejor que todas las composiciones de Bach y de Schumman
más lúdica que todo Mozart,
tus ojos más profundos que el pensamiento romántico
más certeros que las palabras escritas por Cioran
o por un suicida, carajo,
no sé de qué diablos estás hecha
pero me cae que soy un pinche afortunado por haberte conocido
y siento las ratas y los perros sarnosos husmear mi corazón
para encontrar palabras moribundas
y ladran y muerden y tengo rabia
antes de morir y después y ahora y siempre,
aquí o en Nueva York o en cualquier país de maravilla
con la sencilla y silenciosa fuerza con la que surgió el universo
antes de que el tiempo se vuelva en contra de nosotros
y nos vaya envolviendo con el manto de su indiferencia
ahora que todavía sentimos este fuego neto
ahora que todavía sigo aquí y tú estás recostada esperando
algo hermoso, en este cuarto donde brilla el sol,
sólo te puedo hablar con la verdad:
te amo
y digo tu nombre, Mariela,
y sé que acariciarte
al final de esto
me volverá por un instante invulnerable.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

la línea vertical del paraíso

era una jovencita sólo un año
mayor que yo
y solíamos hacerlo en cualquier parte
del mundo, del nuestro
porque los amantes –y los niños-
siempre construyen
su propio universo impenetrable
y se olvidan completamente de todo
no importa la escuela ni aprender
teología, cuando se siente
por primera vez el cuerpo de una
muchachita
cualquier cuestión sobre dios
o sobre nuestra especie
deja de tener la menor relevancia
y se descubre el eje
en torno al cual gira el destino
o la casualidad del hombre
y su derrota
y ella y yo no teníamos miedo
de coger en el coche
en cualquier lugar donde aparcáramos
en las fiestas nos metíamos al baño
en calles y avenidas y callejones sin salida
en parques y azoteas desde las cuales
podía verse –con suerte-
esos hermosos atardeceres defeños
entre montañas y volcanes
siempre, o
casi
siempre ella
llevaba puesta una minifalda
o un vestido apenas siete u ocho centímetros
por debajo de la línea vertical
del paraíso
y de vez en cuando usaba tacones altos
le gustaba alimentar a los perros y gatos
callejeros de la lujuria
usaba escotes lo suficientemente cortos
para decir sí
o no
y nos gustaba ver películas tres equis
en los hoteles de paso,
ella preguntaba en la recepción
¿sirven los canales porno?
y llegábamos con uno o dos litros de
sangre de cristo
y mariguana
y velas
y por un extraño instinto de conservación
guadalupano
las acomodaba por ahí,
en los lugares exactos de la habitación
nuestro pequeño y secreto ritual
nuestro templo de otoños deslumbrantes
y primaveras negras y de inviernos congelados
por nuestro instinto animal de amor
nuestra primitiva manera de
pervertirnos
en la vida

constantemente me sudaban las manos
porque necesitaba tocarla
y calmar la ansiedad con el peso de sus senos
mis primeros encuentros con algo mejor
que la poesía
ella me decía de grande serás un viejo in-
soportablemente promiscuo
un loco in-
so-
por-
ta-
ble-
men-
te
caliente
pero ella quería mis manos agresivas
atacarla donde fuera

a mi lado –me lo dijo alguna vez-,
se sentía libre y capaz de hacer
casi cualquier cosa
como robar y masturbarse en
los equipales de un vips
o de un samborns
cosas pequeñas e insulsas
que me enloquecían
como bajar y subir del auto,
lentamente, en una calle llena de tráfico
dejándome ver hacia el fondo
de sus piernas

con ella supe que hacer el amor era
la única cosa que de verdad valía la pena
y así era
no había nada más antes ni después
sólo encerrarnos en su cuarto
o en el mío,
hasta el anochecer
entre algunos poemas necesarios
y música clásica o Tom Waits, a quien
por cierto descubrimos juntos
alguna vez
el futuro era para nosotros
el vals del siguiente encuentro
nunca me aburrí de verla
nunca me aburrí de sus vestidos
ni de sus maravillosa manera de gemir
su tierna carne y ese sudor
como el verano deshidratando
una naranja
tantos años juntos
tantos años que ahora
sólo vale la pena
recordar

martes, 25 de noviembre de 2008

corren los perros, juegan con las olas

aunque estés muy borracho
bajo un cielo incendiado de azul
y deslumbrante como
un automóvil recién pulido
donde viajan las cosas
que algún día te hicieron feliz
pasan las nubes como postales
sin remitente
y sientes tu vida hacerte una llave
que acalambra tus ganas
y sientes la nostalgia ahorcarte
como una psicópata
y sientes un gran terremoto –
como el que mató a Rockdrigo-
de recuerdos
aplastarte

puedes escuchar el mar
el barrer de una escoba en el patio
la guitarra y la voz de Chavela
paloma negra entre pajaritos
y murciélagos
de parranda diurna
sobre los cables de la calle
entre los tenis colgados
y las delicadas teclas de la
computadora –como el tiempo-
derritiéndose a palabras
y murmullos-martillazos,
un cristal que se rompe para siempre
mientras estás muy pedo
y sientes que no eres nadie
en mitad del hermoso desorden
del cuarto que rentas
después de todo
donde has estado con mujeres
locas y fugitivas, con mujeres-niñas
de piernas largas y tacones
altos como un faje
y que han preferido callar su nombre
para que no puedas invocarlas
y sin embargo se duermen
como la ternura del frío
sobre tu pecho

escuchas el ronco y lejano sonido del mar
piensas en una marmota moribunda
aunque estés muy borracho
y te sientas solo
en este burdel de la mediocridad
donde eres el tonto al que le piden
su último cigarro
y lo da
y en algunos bares ya no te admiten
y a ti ya no te importa
que la mujer de tu vida se acueste con otros
y además
te mande al carajo
los perros se divierten con las olas

a pesar de todo
has llegado a fin de mes
amanece con el mismo sol
y sabes que los buenos viejos tiempos
jamás han de partir