martes, 12 de octubre de 2010

gracias por esa noche, por todas

no nos pongamos estupendos:
a finales de septiembre recibí un correo de Carlos López, anunciándome que había ganado el Premio de Poesía Editorial Praxis 2010. fue una sorpresa. además de sentirme crudo, me sentí confuso. viajé a la ciudad de México, con mi chava, y en el evento de premiación, en Bellas Artes, estuvieron mi padre y mi madre, mi abuelo, mis hermanas, varios tíos y tías, primos y primas, amigos y amigas entrañables. la neta, no me lo esperaba. nunca he creído merecer nada. pero el evento estuvo lleno de felicidad y alegría, y todo fue espeluznantemente maravilloso. sin embargo, me puse tan pedo que no me di cuenta de nada. ahora que veo algunas fotos, ya de regreso en esta playa, lejos de todo aquello, de todos los que estuvieron esa noche, creo entender por qué siento una especie de tristeza. de cualquier forma, a todos ustedes, los que estuvieron esa noche –y a los que han estado en tantas otras noches, también-, neta, muchas gracias. sin ustedes, me cae, nada de esto hubiera sido posible. salut, por la pinche vida; y, por favor, (como dice Sabina) no se me mueran nunca.



dos botellas de vino para esperar

Paula tiene tu nombre y está cerca la hora de su llegada.
(pero tú hace mucho que has dejado de llegar)
todos corren con sus intestinos llenos o vacíos,
con las bolsas del supermercado,
con los celulares encendidos y con las miradas tan abiertas
que cualquiera se podría caer por ahí.
corren a través de la tarde –
como hormigas que presienten el insecticida-
para resguardarse de la incertidumbre.

los putos mandatarios han declarado ley seca
desde las seis de la tarde.
y la banda ha tenido que correr lo más rápido posible
a las vinatas o a las tiendas –
como lo hacíamos tú y yo
después de robarnos las botellas-
otros han inventado cualquier cosa
en su trabajo o a sus familias
para llegar lo antes posible
y comprar el vino necesario
para tener algo caliente en el estómago
y digerir o vomitar con placer.
ni siquiera en estos casos hay cura.

no hay nadie en la playa.
podrías correr desnuda por ahí
de un lado para el otro
como una loca en busca de una verga
que te dé batalla lo que dure esta tormenta.
no hay nadie en la playa,
se ha quedado tan sola como un travesti
drogado
en el más jodido arrabal de este mundo.

se ha calzado las zapatillas del delirio
(como tú lo hiciste alguna vez en que bailaste
toda la noche para mí).

todavía quedan algunos pájaros en los cables de esta ciudad.

los perros de la soledad ladran bajo la tarde oscura
de mis instintos.

duele que no estés aquí, mujer.
no voy a engañarte.
no tiene caso.
duele que ninguna de las personas que quiero
esté aquí.
(a esta hora en que mi torrente sanguíneo se llena de vino
y no tengo ningún papel para cortar).
no me importaría que tuvieran el televisor encendido
ni los mosquitos de los chismes agrios,
cualquiera que fuera el ruido espeluznante
o que me hablaran sin parar
mientras trato de escribir cualquier cosa,
como esto.

sencillamente,
duele.

el huracán que lleva tu nombre, Paula,
está cerca de estas costas
y ni siquiera tú, si estuvieras aquí,
podrías detenerlo.
está lleno de fuerza
y parece dispuesto a romperle la madre
a todo lo que se le ponga enfrente
(así tendría que ser el corazón).
no tiene rostro,
como la crueldad o la dulzura.
como tus recuerdos en aquellas carreteras
en las que tantas veces planeamos
no volver nunca más.
esos caminos cuyo destino era el abismo
hedor de tu entrepierna.

compré un par de botellas para esperar a Paula
esta noche.
y mientras se acerca, a pesar de no poder hacer nada,
estoy seguro que sabes muy bien
lo que tú y yo estaríamos haciendo,
a esta hora,
a pesar del huracán y tu nombre.
a pesar de la lejanía o la cochambrosa tristeza,
si tuviéramos ganas de volver.

lo único bueno de Paula,
dijo un amigo,
es el olor a tierra mojada.

bebo este cabernet y se acerca;
pero tú no.
sencillamente, tú nunca más.