domingo, 28 de marzo de 2010

una noche en el desierto

ella está del otro lado del cristal.
entre el bullicio y los periódicos
de este café,
y las imágenes de autos a través
de la ventana.
los caminantes por la calle.
sus gestos. los de ella.
el movimiento de sus manos.
los de ella. sus manos podrían
meterse en mi pantalón y
sacudírmela. su cabello recogido
se vendría abajo.
está sentada como un amanecer
nublado. abre su bolso.
saca un camel. un té.
hay un antojo en sus labios.
cuántas vergas no habrá succionado.
su lengua. sólo de verla sentada,
tengo una erección.
pero ella mira la calle y
toma la taza con sus dedos
largos, esos dedos de princesa
con los que más de mil veces
se ha masturbado,
después de sentirse desesperada.
caliente.
esos dedos que han sentido
más de mil veces las variadas texturas
de sus calzones. humedecidos.

ella espera. yo estoy caliente.
daría todo por cogérmela.
pero su mirada se pierde entre
el entrar y salir del mundo.
el mismo mundo de siempre
con su carroña y su peste disfrazadas
de la jeta de todos los mismos sujetos.
los de siempre.
los
desesperados,
los
ansiosos,
los
deprimidos.
los ávidos de tener un lugar en la nave
de cualquier destino del fuego.
pero

ella fuma, sutil y distante,
como la idea de una noche
en el desierto.

ella se fuma mis ganas de meterle
las manos y apretarle los senos
y morderle sus pezones.
chuparle su cuello.
pienso en el agresivo olor de su concha.
en su culo como el anillo del cielo.

ella no sabe que la miro
de este lado del cristal
como se mira un animal en peligro
de extinción,
y la imagino caminando por la arena
y la veo extender su pareo –
seguramente morado-
y la veo recostarse bajo el sol
y pienso en los libros que ha leído.
en los que está por leer,
libros de asesinos y rateros y corazones
despedazados por la soledad,
o de nubes sin rumbo a través de la ventana
de una mujer que no sabe a dónde ir.
en el jazz o en el blues o en janis joplin,
seguramente.
en la música extraña que escucha
todas las tardes.

la historia de su vida es similar –pienso-
a la fábulas de diosas griegas o egipcias.
o quizá se parece,
más bien,
a la historia de esas brujas que quieren
abandonarse para siempre y escapar de todos
sus hechizos.
ideas que surgen así nada más,
como pincelazos de ninguna parte,
es decir,
del mismo lugar del cual surgimos todos.
pero
quisiera cogérmela aquí y ahora mismo.
y

dentro de todo este deseo infecundo
y desgraciado
hay también un petulante sueño para cuerdas,
miserable.
algo así como compartir una tarde a su lado,
una caricia. un cigarrillo –los de ella.
una borrachera ya sería mucho pedir.
o ya de perdida
cualquier cosa:
¿me das tu hora,
por favor?