viernes, 29 de junio de 2012

reza por nosotros, esta noche

escríbele, María, una carta a San Malcom Lowry.
qué importa si no te contesta.
escribe y pídele por todos los beodos de esta tierra
por todos los dipsómanos
y los alcohólicos
por todos los internos en centros de rehabilitación.
por todos lo presos.
pídele por todos los adictos
y los vagabundos y los olvidados.
pídele por todos nosotros, María, esta noche,
antes de llevarte el primer trago a tu boca –esa boca
que es una canción que habla sobre un cielo bermejo-
pídele por ti y por mí y por tu marido,
por quienes creen y por quienes han dejado de creer
en sí mismos. pídele, María, por esta faena
y por las que vienen,
y porque encontremos en las piernas de una mujer
el sol que ilumine la noche.

dispara


me gustan las mujeres borrachas.
las mujeres entregadas al olvido.
las perversas.
las mujeres suicidas.
las que me piden que apriete
sus pechos con fuerza.
las que imploran por un espíritu sado
y me piden nalgadas, madrazos
en el culo. las duras.
las mujeres locas y desesperadas.
las mujeres que le ponen los cuernos
a sus maridos
y buscan aventuras sin límites.
las mujeres dislocadas de esta realidad.
las que aborrecen esta realidad
y se inventan otra más profunda
para poder dislocarlo todo.
las que están dispuestas a la sangre.
las dispuestas a largarse
montadas en un siempre tan eterno
como toda una semana.
las dispuestas a todo.
las mujeres que me piden dinero
mientras las penetro con rabia.
las que me piden dinero después
de que las he penetrado
con la rabia de un semental.
las que se mojan con las cochinadas
que les digo al oído.
las que se mojan por chuparme la verga
en el tráfico.
las que se mojan con una simple caricia.
aunque sea por descuido.
las que no pueden frenar
sus coitos repentinos.
las que imploran por sexo en el auto
en un baño público
en un parque
para que alguien las mire
y se masturbe.
me gustan las mujeres que huyen
de su casa
y la rutina.
las que siempre están zafándose
de los imbéciles con varo
o de los imbéciles
sin nada.
las locas, las pervertidas.
las infieles.
sobre todo las infieles a sus maridos.
las que olvidan a sus hijos
cuando abren las piernas
e imploran la palabra puta.
me gustan las mujeres perdidas
en la sublime derrota
de sus demonios
y sus laberintos.
las que no han ofrecido ninguna
dirección a sus vidas.
las mujeres románticas
que me han escrito
pidiendo que las rescate
de sus infiernos.
las que me han apuntado
con un arma
y han disparado.

tenis viejos

no hay nadie más en esta habitación.
solos yo y mi cerveza
y el cigarrillo y la música desesperada
que avanza por el tiempo
como una cocainómana tras su dosis.
el atardecer todavía tiene músculo
y ya prepara la tierra para darle paso
triunfal a las bondades y peligros
de la noche.
bebo y fumo y no echo de menos
nada ni a nadie.
solo en mi soledad ensimismado
me doy cuenta. lo percibo.
el aullido del lobo llena mis pulmones
y los frágiles latidos del cordero
bailan con el bombeo de mi sangre.
no hace falta nada más, en este cuarto
en esta hora que se pierde para siempre
con todos mis anhelos y todas mis derrotas,
con toda celebración, en este
atardecer de junio.
estoy solo con la música y mi trago
mis cigarros y dios y el vacío
y la muerte y la brisa del mar
y mis tenis viejos
y las puertas y las ventanas abiertas.

hechos de madera

abriste los ojos a ras del suelo.
frente a ti, una imagen
cinematográfica
lo dijo todo: no querías estar ahí.
la escena se fue tornando nítida:
cambio de foco:
y tus bragas aparecieron frágiles,
sucias y hechas jirones,
sobre aquel suelo de madera
acariciado sutilmente
por una pátina de polvo.
después de coger.
había sido una noche
interminable y desafortunada,
sentiste, como esas películas
indescifrables y aburridas
de Godard. no podías borrar
nada. aquello era
parte del tiempo y el espacio:
tu sensación de hastío,
tu lenta respiración a ras del suelo,
y el abismo
y el resplandor fulminante
del amanecer
y el sabor a escarabajo
bajo tu lengua
y la eterna fila de hormigas
avanzando tenue,
rítmicamente
por encima de tus bragas
hasta salir del cuadro
cinematográfico
dibujado por tu mirada de madera.
aquel amanecer,
cristalino y luminoso, acostada
en el suelo,
reconociste la belleza del polvo,
cuando el olvido irrumpe –
nunca más oportuno–
en el cuarto principal del infierno.