miércoles, 19 de diciembre de 2007

Jamás podremos conocernos

Hoy te vi el culo por primera vez, Cristina.
Traías unos mallones negros y pegados,
como si la tela quisiera ser tu misma piel,
tu piel que huele a jardines mojados por la lluvia
una noche de invierno y con cartas de amor
que jamás abriste; tu marina y generosa piel
que cada mañana, bajo el sol, sueña con ser
más morena. Tu culo es más deslumbrante
que los oscuros pensamientos del onanismo.

Vi tu culo, Cristina, y eso no lo pudiste evitar,
como evitaste cualquier tipo de encuentro conmigo
luego de que tu amiga terminó por mudarse
a mi casa. Sé que tu dolor fue por ella,
y tus rechazos fueron cada día más severos,
hasta que te fuiste volviendo más cruel y desierta
con tu amiga –ella está llena de amor-, como si quisieras
escupirle o tirarle navajazos a tu destino y como si tu destino
fuera ella o yo o ella y yo juntos borrando tu camino,
y bien sabes que no es así.

Hoy sólo te llevaba un recado de tu amiga
o de mi novia -como quieras verlo-, que pensé
acompañarlo de una flor o una caja de chocolates
o de un wato de la mejor mota que hay en la ciudad.
La última opción sé que te hubiera hecho muy feliz.
Pero no hice nada, como siempre, no hice nada.
Sólo llevaba el recado y ganas de irme a mi casa
pero te vi y luego de la corta charla que tuvimos,
del recado sobre unos papeles de tu carrera, no sé
–o sí sé- por qué instinto nacido de mi lujurioso
corazón (es igual) miré tu culo, directamente
después de despedirnos.

Un culo como el tuyo distrae los pensamientos
y podría causar muchas tragedias, pero estoy seguro
que tu culo ha causado más felicidad,
tu culo ha sido la felicidad de muchos hombres,
y si han sido miserables, les has devuelto algo
de su orgullo, los has salvado. Ahora mismo
quizá esté pasando eso, ahora que trato de leer
la introducción a la metafísica de Bergson,
y no puedo porque tu imagen perdiéndose
en la quimera esplendorosa de aquel hostal
se me viene a la cabeza con tu rostro lindo
muy lindo como ha de ser toda tu patria
y pienso en tu culo y en por qué no lo toqué.
Pero nada podemos hacer.

Quizá para ti, tu culo es cosa simple, carne y músculo
pero visto desde afuera es algo más extraordinario
y maravilloso, podría escribir definiciones, apotegmas,
ensayos, novelas, versos o poemas o una lista de adjetivos
para tratar de acercarme lo más posible a tu culo
y eso se convertiría, según Bergson, en una enumeración
interminable, y llegaríamos al mismo punto: la belleza
de tu culo es infinita.

Por más que quiera conocerte nunca seré más
que una llana ventana que mira las playas
y las carreteras de tu vida; una más y fría.
Sólo el deseo que quizá tuvimos alguna vez
nos podría hacer coincidir para conocernos
de verdad. Pero eso ya es imposible.
Las cartas están echadas.

Sólo queda decir las cosas como son
a pesar de que muchas veces
-tratados, manifiestos, grandes poemas se han escrito,
se escriben y se escribirán en torno a tu culo-
sea insoportable. Sólo me quedan estás llanas
y vulgares palabras: esta noche quisiera cogerte
–lo haría como en una película porno-
y que tus fluidos vaginales escurrieran por tu culo
entrelazados, como en un baile de amor,
con mi semen. Sentir tu culo hasta correrme.
Total, ninguno de los dos, Cristina,
nos jugaríamos el corazón.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Hoy anochece más temprano

Hoy me pides cosas que no puedo regalarte.
Son poco más de las cinco y media de la tarde
y ya los colores de la naranja mecánica del mundo
desfallecen, anochece más temprano; el vuelo
con destino al aeropuerto internacional de Franckfurt
está a punto de partir. Me gustaría irme contigo guardado
en tu maleta y no sabes qué pinche envidia me da
ese poema que te di y que llevas guardado en la bolsa
trasera de tu pantalón –preferiría ser yo y tú, otra vez,
sobre mí, chingada madre!

Tengo algunos restos de tu pelo en la mano, tu pelo
lacio y frío que me hace pensar en la nieve que cae
en las calles grises de los presentimientos y aquel
aeropuerto donde seguramente hay un ilegal que aguarda
el avión en que te largas para guiarlo hasta los puertos
de salida donde no hay un beso caliente que te espere.
Él, al salir de su trabajo, se meterá en un bar a tomar cerveza
y en el fondo se comportará como el Adán que somos todos
cuando nos emborrachamos en el paraíso de la soledad
y odiamos a dios por habernos arrebatado a Lilith.
Quizá si lo abrazarás a él, me abrazarías a mí.

Podría decirte que te esperaré, podría mentirte
y asegurarte que soy un buen tipo, como esos soldados
destruidos por el miedo que guardan en su cartera
el retrato de la mujer a la que le entregaron el corazón,
pero ni siquiera tengo una cartera y mi corazón no es
garantía para la mujer glamorosa que me mira,
en este pasillo donde el suelo sólo refleja mi soledad
y mi tristeza como un par de comadres teporochas,
y todavía conserva tibia mis manos.
Insisto en que tu mirada tiene el color exacto de la luz.

Tienes todo listo para tu regreso a casa, nada falta.
La mujer del alta voz pide a los pasajeros del 315
que pasen a la sala de abordar –y es como si las turbinas
de ese avión terrible volvieran sordas las últimas páginas
de una historia escrita con sal. Me abrazas y mi nariz pegada
a tu cuello me trae a la memoria las veces que lavé tu pelo;
pero nada debe ser trágico y pegas tu vientre al mío
y sé que en ese momento deberías más bien levantarte de la arena
y meterte al mar mientras los últimos rayos del sol
nos cobijan y nos vuelven los protagonistas de otro secreto.

La gente se forma con sus boletos en la mano y yo te aprieto
contra mí, como si quisiera volverme cárcel, y de un grito
quisiera incendiar esta ciudad. Sin embargo, hay cosas
que me pides y no puedo darte y nos besamos por última vez
y nadie comprende porqué chingados ha de ser así.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Habitación 233

Hiede a tu sexo esta noche, lo que sobrevive.
Los grillos han dejado de cantar. El pincel
de tu mirada borra en los rincones de la azotea
los sueños que he perdido. Tu soledad
todavía está en mis manos; no quiero dejar
de tocarte, permanecer en la cama
sin tener que salir del cuarto. Beber más vino,
fumar el tabaco portugués que trajiste
de tu último viaje por el mundo
y sentir cómo disminuye la taquicardia
junto al resplandor de la luna,
para volver a coger. Caminas por el cuarto
y no hace frío. La noche está despierta
en la espuma de tu vientre, ahora que
nos hemos alejado del infierno.

Allá afuera quedó mi ciudad, con su historia
maloliente, averiada, pudriéndose en anuncios
publicitarios como la carne en un refrigerador
descompuesto, escupiendo basura entre dientes,
apestando a pura soledad, bañada y arañada
de riñones sin un trago y de ruinas abatidas, allá
afuera vestida de muros antiguos, destrozada con
taxis fantasmas y sus puercos en puestos
de tacos siempre abiertos para el hambre o la tristeza,
allá, tras la única ventana de este cuarto,
el humo que escurre del polen, manchas en el polvo
de su aullido, infectada por la risa de sus párrocos,
atiborrada de mujeres secas o con el calzón mojado
y con hombres omitidos del álbum familiar;

crecen sus vidrios con rostros que miran
a ningún vacío y porque así es,
llena de ríos bajo el asfalto, allá quedó la ciudad
capital de cantinas brillantes y angustia,
la ciudad de intelectuales tartamudos y traumados,
con sus poetas irritando con su mutilada valentía,
los sudorosos y creyentes de palabra seria
los corazones de luces en los coches;
allá las calles donde te encontré, la ciudad
de México con toda su mierda, dolorosa
la ciudad que como, que chupo,
que inhalo cada pinche día.
Pero tú no.

Tú la ves con ojos de nieve, complacida,
extrañada. Y en este cuarto donde nada importa
más allá del tacto, de mi lengua en tu sexo
de tu boca en el mío, con la muerte dispuesta
a velar el encuentro, dejamos la ciudad
tras el ascensor y ya no tendríamos qué regresar
a sus fauces si, finalmente, nos hemos encontrado.

Me miras e intuyes lo que pienso. Me dices
que la realidad no es así. Tú lo sabes, tú tienes
más experiencia en esto, sabes cuándo
se debe decir adiós.

Pero mientras dure el amor, en este cuarto
te inyectaré los escondites vírgenes de mi ciudad,
te haré cosquillas con sus payasos a sueldo
de blues, te bañaré con el delicado licor de su rabia,
desentrañaré con faquires algún sueño adherido
a tu cuerpo; te penetraré con su amor. Después
limpiaré las arterias de ciertas palabras falsas
y con sus cantos claros de parque, con sus viejas,
destejeré tus nervios, y escribiré tu nombre
en las paredes del sueño que nace. Te cobijaré con
su hambre, lo que dure el amor. Además te robaré
algo de sangre, algunos gemidos y gestos para soportar
el ruido de acero, las frases vacías del pueblo y
del genio, el sabor del polvo que nos deja, para soportar
su macabra hermosura cuando deje tus piernas
y tenga que regresar a sus calles.

También me llevaré tus palabras preferidas en francés,
tu silencio y el profundo hedor de tu sexo que es
esta noche en que la ciudad está muy lejos. Mira,
todo es perfecto. No quiero cambiar nada.
Estamos en este hotel. Uruguay 69, habitación 233;
desnudos y borrachos.

martes, 30 de octubre de 2007

Las palabras más importantes de un libro

Te agradezco los libros, las hojas impresas
en las máquinas de tu oficina,
creo que nunca tuviste un problema por eso,
pero te lo agradezco; fueron muchas y
de muchos y cuidaste la impresión sobremanera:
así pude leer Song of myself y Paradise Lost
en esas tardes que renuncié a la universidad
por quedarme en casa bebiendo y leyendo
e intentando escribir algo de eso que han llamado
la gran pelea, hasta que regresabas del trabajo
y yo seguía escribiendo y luego salíamos
a un bar. Tú invitabas siempre y yo quería
hacerte el amor siempre. Te agradezco,
insisto, los libros y esa edición especial
del diccionario de la Real Academia
Española, aunque siempre estuve
en contra de la academia y de las reglas
del juego y por eso mentaba madres de todo
y me atrevía mejor a robar esos libros
que no podía conseguir de otra manera
y por eso también reconozco tu valor
cuando en las grandes librerías o en las
ferias distraías a los guardias con tu belleza
mientras yo robaba esos autores que, a pesar
de no ser los mejores, son publicados
en las grandes ligas de esta mierda.
Gran parte de la biblioteca que tengo,
te la debo a ti, lo sé. Alguna tarde,
recuerdo ahora que hojeo algunos poemas
de Derek Walcott, te pedí que
firmaras todos los libros que me diste,
pero también los otros -con una sonrisa
que me hizo soñar con viajes posibles
al final del mundo, aceptaste.
Hay cosas que se dicen y, al paso de los años
(siempre quise escribir esta frase), se vuelven
una fría y ácida condena en las heridas.
Fue grande nuestro amor, muy grande,
y he aprendido a soportar el dolor
que causan los amorosos vivos que desaparecen.
Siempre estarás, irreversiblemente,
en la lectura de los libros a los que regreso,
por vacuidad o por afán de desdicha,
así como siempre tú habrás sido más valiente.
En los años por venir, tu recuerdo se borrará
de mis días. Sólo quedarán tus palabras
escritas en las primeras páginas de mis libros;
y sé que me dirán más cosas de la vida que
las grandes obras a las que siempre precederán.
No me arrepiento.

viernes, 26 de octubre de 2007

Algo sobre el desamor

Despiertas y lo primero que te digo
es que no tiene ningún caso seguir juntos
si cuando follamos no te corres.
Tendrías que buscar otro hombre, uno
que al primer contacto te haga palidecer
de placer. Sabrás quién es cuando tu piel
se erice y pienses en el paraíso, cosa que,
desafortunadamente, no sucede entre nosotros.

No quiero verte triste ni que nada te lastime.
Aunque quiero tocarte, mis manos vuelven
a su vacío original.

Me duele, es cierto, porque me gustaría
que el amor no quedara ahí. Pero siempre
he sido un animal que sólo entiende que
el amor, justamente, surge de eso y llega
hasta ahí. El amor, el amor es hacerte venir,
sin exagerar, desde que te veo, cuando te
penetro, el amor es hacerte sudar y ver
cómo tus gemidos iluminan los días grises
y los brillantes los vuelve un simple
capricho de los astros.

No voy a culparte por no correrte conmigo.
Pero no sé, preciosa, si es bueno que tú y yo,
a pesar de entender que todas las historias
de amor, por indestructibles que sean,
se van al carajo, si a pesar de pasarla
muy chingón y desaparecernos del mundo
cuando nos encontramos; no sé chiquilla,
-tus senos casi más perfectos que tus ojos-,
si debemos continuar.

Podría ser el engaño y eso, me lo has dicho,
no te gusta. Sinceramente daría todo porque
te corrieras en mi verga, quisiera regalarte
el paraíso y ver tus líquidos blancos iluminar
los caminos de la noche.
Pero es patético esto que te digo y más ahora
que escucho los violines de una canción de amor.

Te mordí te chupé te metí mis dedos
te cogí preciosa te la metí toda dura
como un poste, hice todo lo que pude,
hasta que me di cuenta, como el condenado
cuando presiente que ha llegado su hora,
que todo era inútil.

Lo que más deseamos en la vida, muchas veces,
nos será negado. Tú y yo ya teníamos reservado
un final desde el principio. Hermosura,
ángelita del sol, nadie usa las faldas tan cortas
como tú; nadie moja sus sueños como tú.

Llegada nuestra hora, ya nada podemos hacer.
Mejor levantémonos de la cama. El silencio de
la tarde se mezcla entre la ropa y el cielo está
armado de presagios. Caminemos por la playa,
mojemos juntos nuestros pies; cuando caiga el sol,
nos abrazaremos.

jueves, 18 de octubre de 2007

Con todo respeto

Estás harta de la ciudad y yo también.
Pero es indiscutible que no es tan desgraciada
porque tú caminas por sus calles.
Eso a ti no te importa y menos que un don
nadie te lo diga. Tú estás decidida
a largarte y si un movimiento literario
no puede detenerte, menos un poema
con el estómago vacío. No puedo hacer nada.
Ni siquiera una buena noticia,
o unos tragos del mejor tequila,
pueden soliviantar esta certeza.
Pero la Historia –que me importa un carajo-
tiene que saber que lo intenté, con todo respeto,
sólo para que los hijos que tendrás
sepan que José Alfredo te cantó muy despacito
y para que nunca olviden que los hombres
siempre fracasan.

Gracias por venir

Estás en mi cuarto.
De alguna forma
has llegado aquí.
No tengo trabajo,
ni dinero, ni ilusiones.
No tengo flores que darte
ni recuerdos de Venecia
o Londres que
callen a los perros.
No tengo casa, ni coche.
Me queda, eso sí,
una botella de vino
un colchón de maravilla
y hambre, mucha hambre.
Algunas veces,
me gusta visitar
los parques de
la infancia, pero
el paraíso y el infierno
son cuentos que ahora
me dan asco.
También tengo papel
y tinta, el diario de
un viaje, y un par
de condones
para antes de dormir.
Sé, sin embargo, que
nada de esto es mío.
Acaso sólo soy dueño
de mi muerte, pero
no tengo nada más,
ni me interesa ser
el hombre más
feliz del mundo
o un dulce perdedor.
Me basta
con que tú estés aquí,
mojada y pensativa.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Ella está sola, sin miedo

Subo a la azotea del
edificio donde trabajo
y la luna está ahí,
brillante,
sin importarle nada
de lo que pasa
aquí abajo. Le hablo
mientras recuerdo que
alguna vez fui
un decadente, un imbécil
que había dejado
de creer en los sueños,
por miedo a la caída.
Pero esa gran bestia,
se quedó y de sus fauces
surgieron los perros
infernales que ladran
y sólo muestran
sus colmillos
en cada borrachera
con rabia.
Había matado el sueño
pero había dejado con vida
al temor, o se trataba de
un sueño lleno de miedo
en mitad de la guerra
del fracaso. Algunas
mujeres aceptaron
mi derrota; otras,
simplemente,
se burlaron de mí;
pero todas tenían razón.
El arte no puede
cambiar el mundo,
decía Laurie Anderson
quizá cuando soñó
que el final de la luna,
no será nuestro.

Antes de bajar para seguir
con mi trabajo
pienso que no es demasiado
tarde para recuperar
los sueños. Después de todo
he caído tanto o lo
suficiente para comprender
que la caída, nunca termina.

Me llevo la mano a la boca
y sin temor a ser ignorado,
le lanzo un beso a la luna.
Ella, a pesar de estar
eclipsada por las nubes,
entenderá.

martes, 28 de agosto de 2007

Soles servidos en la mesa

Los domingos solíamos ir al cine
y luego caminar despacio por un parque.
Pisábamos las hojas de cualquier
estación y desayunábamos café,
con plato de frutas amargas y pan tostado.
Muy burgués, como los títulos improvisados
cuando te metías demasiado alcohol.
Fue una época de pocas palabras
y soles suavemente servidos en la mesa
y sobre el colchón sin dormir, sin callar,
chupabas la mantequilla del cuchillo.

Te veía caminar por la casa, desnuda
y mojada y abierta del corazón y transparente
y siempre tú más transparente que desnuda,
más clara y sencilla que un pequeño jardín.
Yo me sentía sucio, mujer, muy sucio,
pero no había nada de malo,
sólo falta de amor.

Entrábamos a los domingos, algunas veces
crudos y todas las mañanas te gustaba coger,
como si lo demás no te importara: ni tu madre tosiendo
el polvo en otra ciudad, ni tu hermana ahogándose
en el frío silencio de su casa. Pero salíamos a las calles
y nos internábamos entre familias con papalotes tan altos
que se perdían, como nosotros; y a veces
esas viejas librerías del centro del culto y los libros
tarados de los viejos en una lengua extraña, algunas
hojas sueltas en tus manos y tus colecciones de letras
en inglés; y ya de vuelta, en la dulce rutina
del engaño, con un porro, nos tirábamos en la azotea
para mirar el paso de las nubes disfrazadas de nostalgia,
el cielo azul.

Los domingos te gustaba escuchar Van Morrison,
mientras algún recuerdo nos tiraba puñetazos;
algún recuerdo lleno de noches como magia
blanca -tu vino tinto que nunca nos faltó-;
y de algún modo pensaba en el borracho que
se acordaría de ti, a la orilla de su muerte,
en la barra más hermosa de este mundo,
donde todo saldría bien, como ahora esta lluvia
bajo la que no estás, aunque estoy seguro, carajo,
que te mojas.

Esta noche, mujer, sólo hace falta
un corazón que me responda.

viernes, 10 de agosto de 2007

Sueño contigo

Abrí tu video la otra noche. Lo habías mandado por correo
hacía dos semanas, pero estaba de vacaciones y esos días no
me acordé de ti. Quizá en algún momento pasaste por
mi cabeza, pero no me di cuenta porque la lluvia en el desierto
y el calor de las gotas y yo bajo el techo de palma, con un café,
frente al mar. Un café amargo y caliente, como te gustaba;
un mar oscuro como cuando te conocí; y música:
The dream is over.

Después de ver tu video, me quedé callado mucho rato;
sólo escuchaba la canción: The earth died screaming,
while I lay dreaming of you –esa voz bañada en el alcohol.
Sigues siendo como hace diez años, el fuego del agua
que bebo en los sueños, junto a otra mujer, en otro
portón un chingo de veranos después; también el llanto
de las llamas del sol. Repetí tu video casi toda la noche.
Se me hizo un nudo en la garganta, tuve un dolor en las
costillas y mis brazos como remos abandonados muy lejos
de tus olas, se volvieron pesados. Tus manos en tus senos,
tú en la pantalla tocándote el clítoris, tus ojos como
la misión perfecta de un atardecer mojado, en la selva.
Quise llamarte o mejor compartir contigo el aroma de esa
flor que se apagaba, gloriosa y tonta, en mi escritorio .

Me la pusiste como un poste, mujer, siempre me
calentaste así y, frente a tu imagen, me la saqué
para hacerme una maravillosa puñeta. No era sexo
virtual. Mientras me la jalaba escuché un llanto
terrible y por un momento pensé que era yo, pero
yo ya no existía sino en el antojo desesperado de
cogerte y tenerte abajo encima, hasta grabarme
para responderle a las espeluznantes esperanzas
de tus labios mojados: un sujeto solo que escucha
a Tom Waits y sueña con volver a emborracharse
contigo y abrazarte, como si tuviéramos 21 años
otra vez y los demonios fueran dulces de azúcar,
como si el destino nos diera otra oportunidad,
toda la noche.

Últimamente he hablado mucho de la ropa interior
de las mujeres. Algunas flores me traen a la memoria
los pasillos de tu casa. Sigo siendo un ordinario
sin importancia cuando miro el culo de las chicas
y me da risa recordar cómo una noche, llena de rabia,
me llamaste tu dulce perdedor. Sé que enviaste
ese video porque te sentías sola y extrañabas los abrazos
y los besos de cualquier hombre o sólo por chingar.
Eras más que un ángel, eras algo más allá que la verdad
gimiendo en la pantalla; me hiciste polvo el corazón.
Pero mujer, dulce demonio de mis días, aunque hayas
enviado ese video sólo por joderme, neta, gracias
por aparecerte nuevamente por aquí.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Aquel baile bajo el eclipse

Salimos a la calle en pleno día, y miramos la noche;
fue el eclipse de sol. Creía que no me amabas y
miramos el cielo largo rato. Escuchamos que a lo lejos
alguien cantaba, escuchamos voces de niños penetrando
el hielo o la arena de la luna pero algunas partes no
descubiertas del corazón; ladridos apagados que
tomaron fuerza. Aparecieron monstruos nuevos
que al paso del tiempo nos dieron risa. Un pedazo de pan
y vino y mis manos al tocarte decían que a tu lado
las noches deberían durar para siempre. El eclipse
de sol estaba también ahí, en tus ojos al medio día.
Todavía creo distinguir el olor que escurría
por tus piernas, el deseo de tus senos en mi boca.
Mover el agua junto a ti y acariciar tu pelo.
Bailaste, empezaste a dar vueltas como una niña
y giraste hasta llegar a mí como si el mundo
nunca fuera a caerse a pedazos, ni los eclipses
se fueran a terminar, bailaste con los brazos abiertos,
girabas como una tormenta sin maquillaje.

lunes, 9 de julio de 2007

Es normal

Hoy tendría que escribir de nuevo
la vieja canción que ya no te gusta.
Es normal. Dejamos de creer en los sueños
y en esas tardes en que la felicidad
era coger y coger y luego quedarme dormido
en tu vientre y tus manos en mi cabello
y tus piernas y tus senos.
Cuando no te importaba mi aliento a alcohol
ni si de vez en cuando me sangraba la nariz.
Ahora tus ojos verdes han dejado de brillar
en el fondo de la noche y ya nadie se droga
y las cantinas siguen abiertas
y ya nadie quiere bailar.