sábado, 17 de noviembre de 2007

Hoy anochece más temprano

Hoy me pides cosas que no puedo regalarte.
Son poco más de las cinco y media de la tarde
y ya los colores de la naranja mecánica del mundo
desfallecen, anochece más temprano; el vuelo
con destino al aeropuerto internacional de Franckfurt
está a punto de partir. Me gustaría irme contigo guardado
en tu maleta y no sabes qué pinche envidia me da
ese poema que te di y que llevas guardado en la bolsa
trasera de tu pantalón –preferiría ser yo y tú, otra vez,
sobre mí, chingada madre!

Tengo algunos restos de tu pelo en la mano, tu pelo
lacio y frío que me hace pensar en la nieve que cae
en las calles grises de los presentimientos y aquel
aeropuerto donde seguramente hay un ilegal que aguarda
el avión en que te largas para guiarlo hasta los puertos
de salida donde no hay un beso caliente que te espere.
Él, al salir de su trabajo, se meterá en un bar a tomar cerveza
y en el fondo se comportará como el Adán que somos todos
cuando nos emborrachamos en el paraíso de la soledad
y odiamos a dios por habernos arrebatado a Lilith.
Quizá si lo abrazarás a él, me abrazarías a mí.

Podría decirte que te esperaré, podría mentirte
y asegurarte que soy un buen tipo, como esos soldados
destruidos por el miedo que guardan en su cartera
el retrato de la mujer a la que le entregaron el corazón,
pero ni siquiera tengo una cartera y mi corazón no es
garantía para la mujer glamorosa que me mira,
en este pasillo donde el suelo sólo refleja mi soledad
y mi tristeza como un par de comadres teporochas,
y todavía conserva tibia mis manos.
Insisto en que tu mirada tiene el color exacto de la luz.

Tienes todo listo para tu regreso a casa, nada falta.
La mujer del alta voz pide a los pasajeros del 315
que pasen a la sala de abordar –y es como si las turbinas
de ese avión terrible volvieran sordas las últimas páginas
de una historia escrita con sal. Me abrazas y mi nariz pegada
a tu cuello me trae a la memoria las veces que lavé tu pelo;
pero nada debe ser trágico y pegas tu vientre al mío
y sé que en ese momento deberías más bien levantarte de la arena
y meterte al mar mientras los últimos rayos del sol
nos cobijan y nos vuelven los protagonistas de otro secreto.

La gente se forma con sus boletos en la mano y yo te aprieto
contra mí, como si quisiera volverme cárcel, y de un grito
quisiera incendiar esta ciudad. Sin embargo, hay cosas
que me pides y no puedo darte y nos besamos por última vez
y nadie comprende porqué chingados ha de ser así.