martes, 28 de agosto de 2007

Soles servidos en la mesa

Los domingos solíamos ir al cine
y luego caminar despacio por un parque.
Pisábamos las hojas de cualquier
estación y desayunábamos café,
con plato de frutas amargas y pan tostado.
Muy burgués, como los títulos improvisados
cuando te metías demasiado alcohol.
Fue una época de pocas palabras
y soles suavemente servidos en la mesa
y sobre el colchón sin dormir, sin callar,
chupabas la mantequilla del cuchillo.

Te veía caminar por la casa, desnuda
y mojada y abierta del corazón y transparente
y siempre tú más transparente que desnuda,
más clara y sencilla que un pequeño jardín.
Yo me sentía sucio, mujer, muy sucio,
pero no había nada de malo,
sólo falta de amor.

Entrábamos a los domingos, algunas veces
crudos y todas las mañanas te gustaba coger,
como si lo demás no te importara: ni tu madre tosiendo
el polvo en otra ciudad, ni tu hermana ahogándose
en el frío silencio de su casa. Pero salíamos a las calles
y nos internábamos entre familias con papalotes tan altos
que se perdían, como nosotros; y a veces
esas viejas librerías del centro del culto y los libros
tarados de los viejos en una lengua extraña, algunas
hojas sueltas en tus manos y tus colecciones de letras
en inglés; y ya de vuelta, en la dulce rutina
del engaño, con un porro, nos tirábamos en la azotea
para mirar el paso de las nubes disfrazadas de nostalgia,
el cielo azul.

Los domingos te gustaba escuchar Van Morrison,
mientras algún recuerdo nos tiraba puñetazos;
algún recuerdo lleno de noches como magia
blanca -tu vino tinto que nunca nos faltó-;
y de algún modo pensaba en el borracho que
se acordaría de ti, a la orilla de su muerte,
en la barra más hermosa de este mundo,
donde todo saldría bien, como ahora esta lluvia
bajo la que no estás, aunque estoy seguro, carajo,
que te mojas.

Esta noche, mujer, sólo hace falta
un corazón que me responda.

viernes, 10 de agosto de 2007

Sueño contigo

Abrí tu video la otra noche. Lo habías mandado por correo
hacía dos semanas, pero estaba de vacaciones y esos días no
me acordé de ti. Quizá en algún momento pasaste por
mi cabeza, pero no me di cuenta porque la lluvia en el desierto
y el calor de las gotas y yo bajo el techo de palma, con un café,
frente al mar. Un café amargo y caliente, como te gustaba;
un mar oscuro como cuando te conocí; y música:
The dream is over.

Después de ver tu video, me quedé callado mucho rato;
sólo escuchaba la canción: The earth died screaming,
while I lay dreaming of you –esa voz bañada en el alcohol.
Sigues siendo como hace diez años, el fuego del agua
que bebo en los sueños, junto a otra mujer, en otro
portón un chingo de veranos después; también el llanto
de las llamas del sol. Repetí tu video casi toda la noche.
Se me hizo un nudo en la garganta, tuve un dolor en las
costillas y mis brazos como remos abandonados muy lejos
de tus olas, se volvieron pesados. Tus manos en tus senos,
tú en la pantalla tocándote el clítoris, tus ojos como
la misión perfecta de un atardecer mojado, en la selva.
Quise llamarte o mejor compartir contigo el aroma de esa
flor que se apagaba, gloriosa y tonta, en mi escritorio .

Me la pusiste como un poste, mujer, siempre me
calentaste así y, frente a tu imagen, me la saqué
para hacerme una maravillosa puñeta. No era sexo
virtual. Mientras me la jalaba escuché un llanto
terrible y por un momento pensé que era yo, pero
yo ya no existía sino en el antojo desesperado de
cogerte y tenerte abajo encima, hasta grabarme
para responderle a las espeluznantes esperanzas
de tus labios mojados: un sujeto solo que escucha
a Tom Waits y sueña con volver a emborracharse
contigo y abrazarte, como si tuviéramos 21 años
otra vez y los demonios fueran dulces de azúcar,
como si el destino nos diera otra oportunidad,
toda la noche.

Últimamente he hablado mucho de la ropa interior
de las mujeres. Algunas flores me traen a la memoria
los pasillos de tu casa. Sigo siendo un ordinario
sin importancia cuando miro el culo de las chicas
y me da risa recordar cómo una noche, llena de rabia,
me llamaste tu dulce perdedor. Sé que enviaste
ese video porque te sentías sola y extrañabas los abrazos
y los besos de cualquier hombre o sólo por chingar.
Eras más que un ángel, eras algo más allá que la verdad
gimiendo en la pantalla; me hiciste polvo el corazón.
Pero mujer, dulce demonio de mis días, aunque hayas
enviado ese video sólo por joderme, neta, gracias
por aparecerte nuevamente por aquí.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Aquel baile bajo el eclipse

Salimos a la calle en pleno día, y miramos la noche;
fue el eclipse de sol. Creía que no me amabas y
miramos el cielo largo rato. Escuchamos que a lo lejos
alguien cantaba, escuchamos voces de niños penetrando
el hielo o la arena de la luna pero algunas partes no
descubiertas del corazón; ladridos apagados que
tomaron fuerza. Aparecieron monstruos nuevos
que al paso del tiempo nos dieron risa. Un pedazo de pan
y vino y mis manos al tocarte decían que a tu lado
las noches deberían durar para siempre. El eclipse
de sol estaba también ahí, en tus ojos al medio día.
Todavía creo distinguir el olor que escurría
por tus piernas, el deseo de tus senos en mi boca.
Mover el agua junto a ti y acariciar tu pelo.
Bailaste, empezaste a dar vueltas como una niña
y giraste hasta llegar a mí como si el mundo
nunca fuera a caerse a pedazos, ni los eclipses
se fueran a terminar, bailaste con los brazos abiertos,
girabas como una tormenta sin maquillaje.