miércoles, 29 de octubre de 2008

mis libros se pudren en cajas de cartón

a veces pienso que no he leído lo suficiente
y que el tiempo para leer es más reducido;
como las fichas de dominó que se terminan
cuando la decepción lleva la mano.

miro los estantes de mi biblioteca en una habitación
por donde una mujer desnuda caminaba
con su taza de café en la mano y el otoño en la espalda
sonreía a través de la ventana, y la mota nos hacía reír
al penetrar en versos excesivamente barrocos.

estos días me gustaría regresar a esa vieja biblioteca,
una vez más, en aquel departamento del centro
del Distrito Federal, donde fue posible ignorar el mundo
y fue posible llegar al fondo de los sueños y encontrar
el tesoro de los placeres y la eterna juventud.

ahora el café está frío y escucho canciones desesperadas
y miro las paredes blancas y pelonas de este departamento
donde dan ganas de ponerse a grafitear de una vez.
pero el departamento me lo ha prestado un amigo y la neta
no lo voy a joder.

mis libros se pudren en cajas de cartón, son presa fácil
de la humedad y sus hongos invencibles, y yo no sé
cuándo podré tener otra vez un espacio para acomodar
esos objetos que, finalmente, no me han abandonado.
quizá termine por venderlos o regalarlos a la primer chica
que toque esta noche a mi puerta. sería suficiente.

el viejo Miller escribió en una habitación de París,
que en este desmadre de lo que se trata es de resistir y
de lograr leer cada vez lo menos posible.

no sé cómo terminar este poema. lo miro con el morbo
de un cuerpo deforme y me pregunto qué diablos significa
lo menos posible, qué diablos es suficiente. no lo sé.
las grandes luces que tratan de dominar el reino de la noche,
tampoco conocen la respuesta.

miércoles, 15 de octubre de 2008

a cualquiera le puede pasar

otra vez me despierto bajoneado.
el ruido de las hojas por el viento es un lujo
para estas ganas de no hacer nada.
estos días de lluvia, en otoño,
me gustaría creer en ti o
en mí, o revivir la mentira
de los dioses, de las musas, de la belleza
del amor; ser el viajero que anda sin miedo
por el mundo, sin nombre,
sin esperanzas de llegar a ningún lugar.
sólo viajar sin pagar nada, besar a mil
mujeres siete veces mil y luego a otras cien y
luego a otras cien mil.
he limpiado la casa, he barrido
y trapeado y todo parece
como el primer día que llegué aquí.
pero todo en esta vida tiene un precio,
y todo es apariencia.
escucho un blues y el viento que entra
por las ventanas me tira el pelo a la cara,
es la caricia del instante. canta un pájaro,
pasa un coche con un motor jodido,
pasa otro, una camioneta.
en la mesa tengo el Diario de Witold
Gombrowicz, un par de libretas,
una pluma, cigarrillos, pan,
un lápiz, un cenicero, unas bocinas,
un monedero, el Diario de Poesía
editado en Argentina,
una taza amarilla con agua, fuego
y ausencia.
la mesa es de una mujer más lejana
que los primeros balbuceos de una lengua muerta;
está pintada con los colores de la tarde
y guarda el secreto de la última mudanza.
llega un amigo con un toque,
ha perdido su celular
y me dice que tenía muchas llamadas
y cosas importantes qué hacer
y maldice la pérdida.
se sienta en la entrada de la puerta
donde entra un poco de sol
y fuma su enorme porro del mediodía.
yo no tengo nada importante qué hacer
y no sé si eso me da gusto o tristeza,
no comprendo, sólo escucho el suave blues
enredado con sus palabras;
sin tener nada importante qué hacer.
más de una vez he querido cambiar el mundo
pero sólo he logrado comprender
el odio de mi padre, sus frustraciones,
su amor herido, y la impotencia de mi madre
al tratar de salvarnos del desastre.
más de una vez he tratado de que las cosas
funcionen, pero jamás lo he conseguido.
el mundo siempre será el mismo matadero
donde las cosas así son.
los pájaros apostados en los cables cantan
mientras me cuesta trabajo tomar aire.
el día transcurre en esta calle perdida de
este universo perdido en las páginas
de un libro invisible. no existe el milagro
y la poesía es sólo un truco para justificar
el imperio invencible del vacío
y las reglas impuestas por el hombre.
lleno el cenicero, otra vez, y miro por la ventana
de estas letras el angustioso movimiento
de las células, el verde follaje de los árboles,
las hojas derribadas por la lluvia.