miércoles, 26 de noviembre de 2008

la línea vertical del paraíso

era una jovencita sólo un año
mayor que yo
y solíamos hacerlo en cualquier parte
del mundo, del nuestro
porque los amantes –y los niños-
siempre construyen
su propio universo impenetrable
y se olvidan completamente de todo
no importa la escuela ni aprender
teología, cuando se siente
por primera vez el cuerpo de una
muchachita
cualquier cuestión sobre dios
o sobre nuestra especie
deja de tener la menor relevancia
y se descubre el eje
en torno al cual gira el destino
o la casualidad del hombre
y su derrota
y ella y yo no teníamos miedo
de coger en el coche
en cualquier lugar donde aparcáramos
en las fiestas nos metíamos al baño
en calles y avenidas y callejones sin salida
en parques y azoteas desde las cuales
podía verse –con suerte-
esos hermosos atardeceres defeños
entre montañas y volcanes
siempre, o
casi
siempre ella
llevaba puesta una minifalda
o un vestido apenas siete u ocho centímetros
por debajo de la línea vertical
del paraíso
y de vez en cuando usaba tacones altos
le gustaba alimentar a los perros y gatos
callejeros de la lujuria
usaba escotes lo suficientemente cortos
para decir sí
o no
y nos gustaba ver películas tres equis
en los hoteles de paso,
ella preguntaba en la recepción
¿sirven los canales porno?
y llegábamos con uno o dos litros de
sangre de cristo
y mariguana
y velas
y por un extraño instinto de conservación
guadalupano
las acomodaba por ahí,
en los lugares exactos de la habitación
nuestro pequeño y secreto ritual
nuestro templo de otoños deslumbrantes
y primaveras negras y de inviernos congelados
por nuestro instinto animal de amor
nuestra primitiva manera de
pervertirnos
en la vida

constantemente me sudaban las manos
porque necesitaba tocarla
y calmar la ansiedad con el peso de sus senos
mis primeros encuentros con algo mejor
que la poesía
ella me decía de grande serás un viejo in-
soportablemente promiscuo
un loco in-
so-
por-
ta-
ble-
men-
te
caliente
pero ella quería mis manos agresivas
atacarla donde fuera

a mi lado –me lo dijo alguna vez-,
se sentía libre y capaz de hacer
casi cualquier cosa
como robar y masturbarse en
los equipales de un vips
o de un samborns
cosas pequeñas e insulsas
que me enloquecían
como bajar y subir del auto,
lentamente, en una calle llena de tráfico
dejándome ver hacia el fondo
de sus piernas

con ella supe que hacer el amor era
la única cosa que de verdad valía la pena
y así era
no había nada más antes ni después
sólo encerrarnos en su cuarto
o en el mío,
hasta el anochecer
entre algunos poemas necesarios
y música clásica o Tom Waits, a quien
por cierto descubrimos juntos
alguna vez
el futuro era para nosotros
el vals del siguiente encuentro
nunca me aburrí de verla
nunca me aburrí de sus vestidos
ni de sus maravillosa manera de gemir
su tierna carne y ese sudor
como el verano deshidratando
una naranja
tantos años juntos
tantos años que ahora
sólo vale la pena
recordar

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