jueves, 9 de junio de 2011

es imposible cambiar

se me ha desbocado el corazón nuevamente.
y –me cago en los tropos- no hay metáfora.
240 palpitaciones por minuto.
he terminado en el hospital
donde los médicos me hicieron recordar
lo insignificante que es la vida.

las enfermeras no encontraban mi vena
y los médicos hablaban de la hueva
que les da trabajar en fin de semana
mientras mi corazón se reventaba
y a mi lado un niño de dos años
se convulsionaba
en los brazos de su madre.

-es usted muy joven para que le haya pasado
eso –me dijo el internista,
mientras intenta hacerme un electro
con un aparato descompuesto.

una canción de Nueva Orleans
llegó arrastrada por el recuerdo
para escupirme.

mi mujer me acompañó,
asustada y nerviosa.

tumbado en la camilla, con suero
y oxígeno en las narices
escuchaba los gritos del niño
que se convulsionaba
y miraba el techo blanco.
tantos años de ponerme
hasta la madre, pensé.
excesos de tabaco y alcohol .
algún tiempo, mariguana.
excesos de coca.
y de vez en cuando cualquier otra cosa
que cayera.
drogas y tragos, mezclados con
tardes maravillosas de soledad
y amargura;
con noches luminosas de aburrimiento
y persecución.
con música, mucha música.

estaba ahí, tirado, incapaz de moverme
por el instinto de vivir
invariablemente
al límite.

siempre al borde de la locura.
sin importarme destacar en nada
o conseguir cualquier cosa
más allá del momento.

a bordo de mi vida
como
de un fórmula 1
sin frenos y delirante
en la pista del vacío.

esto es lo que más te puede ofrecer
la vida.

no es la primera vez que me sucede.
nunca he sobresalido en nada,
salvo en ser un valemadrista.
un tipo común y corriente.

-tienes qué checar lo que te pasa.
debes tomarte
la medicina.
tienes que hacerte
los análisis,
para saber
por qué te ha pasado eso- me dice
mi mujer, mientras me toma la mano
y sus ojos parecen flores y montañas.

-es el resultado de una vida
llena de excesos –le digo,
pero ella me mira
como a un viejo
imbécil y mentiroso
que se caga en los pantalones.

-eres más terco que la mierda –me dice-.
tienes que hacerte los análisis para saber
qué chingados te pasa. qué originó esto –
insiste.

ha sido la búsqueda imberbe.
las ganas de estrellar mi vida
de arrojarla contra todo,
como un demente.
han sido los muslos de ciertas mujeres,
los rostros de ciertas mujeres.
los pechos de ciertas mujeres.
sus nombres y su pelo.
su locura. sus palabras. sus silencios.
sus piernas abiertas, sus sábanas.
sus vestidos y su ropa interior.
sus tacones.
ha sido amarlas y odiarlas y sufrir
por todas ellas: las que he conocido
las que conozco y las que jamás conoceré.
ha sido jugarme el corazón incluso
por las que no me importan.

-ha sido mi vida –le digo a mi mujer,
pero ella se encabrona porque
no salgo de mi idea infantil
y me dice “eres un tarado” y “debes
hacerte los estudios”:

-debes hacértelos para entender
qué ha pasado –insiste.

la vida, carajo, la vida que siempre
–cuento conocido-
nos pasa la factura
vivas o no con el corazón al límite.

me inyectan un antiarrítmico
que me baja la frecuencia
en chinga.
no he dejado de ver el techo blanco
y el niño no deja de llorar
en los brazos de su madre
convulsionándose.

él está allá y yo estoy aquí
y ustedes están ahí.
siempre al borde
profundamente vulnerables.

somos un instante.

somos seres incompletos.

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