jueves, 12 de agosto de 2010

con o sin ella

sucede que a veces uno no decide.
es decir,
se queda quieto o se siguen haciendo las cosas.
quiero decir:
uno se sigue haciendo pendejo.
intentando creer, acaso,
las historias que cuenta la tele
las palabras que dice el cura
a las siete de la noche
o esas confesiones de tu amigo
el borracho
que se cuelga de tu silencio,
en la cantina,
para no hundirse en su miseria.

sucede simplemente así
sin pensarlo
algo así como quedarse mirando por la ventana,
en algún café de chinos mugroso y
barato –como todos los cafés
de chinos-,
el paso de los coches por la calle o la avenida,
y la gente caminando de un lado para el otro –
la gente que, de algún modo,
pudiste ser tú en este poema o
en otro instante o que quizá eres
aunque no te des cuenta-
con la mente clavada en la banqueta
o en el nombre de las calles,
o perdida en el fondo cristalino oscuro
de sus especulaciones acerca de todo
lo que le falta por hacer
o de todo
lo que no hizo durante el día.
sucede así,
sencillamente
a las siete de la tarde
o
a las siete y media de la noche.

uno no decide nada, simplemente.
uno observa y de pronto se da cuenta
que a pesar de la decisión que tome en cualquier momento
el sol volverá a salir al día siguiente
y
al sol seguirá la noche
y
a la noche sueños que es imposible detener
cuando se cierran los ojos,
etcétera.

no es que no se quiera decidir sobre esto o aquello,
es decir,
sobre tomar cierta calle y caminar hasta casa
o si tomar el camión o el metro
o si quedarse sentado un rato más
mientras la leche se pudre
como una sublime interpretación del mundo.
no,
no es eso.
es simplemente que de pronto uno no decide.
los instintos son instintos
y las montañas más elevadas,
mientras esto dure,
seguirán cubiertas de nieve y de nubes
hinchadas de miradas.

a pesar de todo, la única forma de continuar,
levantarse
y poder seguir adelante
hacia el destino propio que es el de todos
y tiene el rostro esplendoroso de la soledad
final que no es espera.

con decisión o sin ella.

para bien o para mal.

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