martes, 10 de agosto de 2010

ella se asoma a esta página

bebo tinto en una taza blanca y fumo delicados con filtro
cuando estamos a poco más de 30 grados centígrados
en esta noche.

hay pequeñas ideas irresolutas entre las cenizas
brincando por el aire del ventilador
alrededor de la mesa.

hay un sol negro dibujado en la habitación
y mi mujer cose una blusa con tela
llena de flores.
una blusa nueva para las fiestas.

escucho la radio por internet,
mientras pierdo el tiempo
saltando de una página en otra,
leyendo los fragmentos
de unas cartas escritas por Cortázar,
cuando vivió en París.

la música experimental
no tiene sentido,
salvo cuando no
tienes nada qué hacer
o cuando tienes
pocas cosas interesantes
en qué pensar.

una sonata para
viola solo
transmitida a las 9
de la noche
con
59 minutos
desde la ciudad de México
justo para dar por terminado
el programa de
Cristina Urías
a quien conozco desde
hace varios años
(solamente por su voz):

cuando:
me quedaba las noches enteras y
contaminadas en la azotea
de un cuarto
al norte del defectuoso,
intentando concentrar la fuerza
para dar en el punto clave
descubriendo mis escupitajos
y mis borracheras
y mis vomitadas
y las montañas incendiadas
y los desiertos gélidos
de mi escritura

para tumbar de un madrazo
todos los árboles del bosque
y secar de un silencio
los mares de todos los océanos
y aplastar con una palabrota
las ciudades y entonces
hacer reír a los sobrevivientes
y hacer llover.

bienvenida la tormenta.

le digo a mi mujer:
la voz de Cristina Urías es hermosa.
mi mujer me mira
como a un demente que no sabe
dónde ha dejado sus tenis
y camina descalzo sobre el hielo
mientras señala la constelación
de una mujer de fuego.

está bien en la radio, me dice.

los celos son de las pocas cosas
que no se agotan nunca.

bebo mi tinto en la taza blanca
y fumo,
y pienso que todavía hay muchas cosas
por aprender.

he conocido pedazos del infierno,
y no conozco París.

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