miércoles, 12 de octubre de 2011

la mujer de las ensaladas

ni siquiera te conocía.
lo más
que crucé contigo
fueron unas cuántas
palabras triviales
sobre diferentes
tipos
de ensaladas,
las que vendías
en tu tienda,
los jugos naturales
y energéticos
y las promociones
y los precios.
con servicio a domicilio.
cosas que te pregunté
con el único pretexto
de acercarme a ti
para contemplarte.
tu belleza
de la que hablaba
todos los días
mi compa.
ni siquiera te conocí
pero indiscutiblemente
eras hermosa
como ciertos reinos
que nos ignoran.
y mi compa y yo
fantaseamos posibilidades,
trazamos mapas
territorios descarados
para convencerte de salir
con alguno de nosotros
y llevarte a la cama.
imaginamos mil cosas,
te imaginamos mil veces
desnuda,
aunque en el fondo
sabíamos que a ninguno
de los dos
nos harías caso.
sólo eran fantasías
infantiles
tejidas
por un par de imbéciles
despreciables
y sustituibles.
juegos carnales que
no lastiman
porque son un error
y una falacia.
y mi compa
sólo iba a comprarte
ensaladas para verte
y con eso
le alegrabas el día.
quizá nunca lo supiste
pero más de una ocasión
lo salvaste.
le devolviste la posibilidad
de sobrevivir en mitad
del naufragio de la jornada.
y mira, carajo,
cómo es la vida
la que a pesar de todo
compartimos
con todo y sus palabras
deslumbrantes y ordinarias:
ahora mi compa me pregunta
si me acuerdo de ti
“la nalguita de las ensaladas”, me
dice
“cómo no”, le contesto
y entonces me da un madrazo
al decirme que la morra
que ayer se mató
en la carretera
eras tú
con tu güey
y tu hija.
en la carretera que corre
junto a las aguas
y la espuma del Caribe
mexicano.
en la carretera que cruza
la selva del sureste.
el paraíso.
lo absurdo.
nada tiene sentido.
y me siento un paria
al escribir esto.
y miro el cielo de la tarde
cómo quiere nublarse.
y el vuelo de los pájaros
como si no creyera
que tú,
hermosura de las ensaladas,
ya jamás estarás ahí
con tu sonrisa
para atendernos
o mandarnos al diablo.

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