lo más
que crucé contigo
fueron unas cuántas
palabras triviales
sobre diferentes
tipos
de ensaladas,
las que vendías
en tu tienda,
los jugos naturales
y energéticos
y las promociones
y los precios.
con servicio a domicilio.
cosas que te pregunté
con el único pretexto
de acercarme a ti
para contemplarte.
tu belleza
de la que hablaba
todos los días
mi compa.
ni siquiera te conocí
pero indiscutiblemente
eras hermosa
como ciertos reinos
que nos ignoran.
y mi compa y yo
fantaseamos posibilidades,
trazamos mapas
territorios descarados
para convencerte de salir
con alguno de nosotros
y llevarte a la cama.
imaginamos mil cosas,
te imaginamos mil veces
desnuda,
aunque en el fondo
sabíamos que a ninguno
de los dos
nos harías caso.
sólo eran fantasías
infantiles
tejidas
por un par de imbéciles
despreciables
y sustituibles.
juegos carnales que
no lastiman
porque son un error
y una falacia.
y mi compa
sólo iba a comprarte
ensaladas para verte
y con eso
le alegrabas el día.
quizá nunca lo supiste
pero más de una ocasión
lo salvaste.
le devolviste la posibilidad
de sobrevivir en mitad
del naufragio de la jornada.
y mira, carajo,
cómo es la vida
la que a pesar de todo
compartimos
con todo y sus palabras
deslumbrantes y ordinarias:
ahora mi compa me pregunta
si me acuerdo de ti
“la nalguita de las ensaladas”, me
dice
“cómo no”, le contesto
y entonces me da un madrazo
al decirme que la morra
que ayer se mató
en la carretera
eras tú
con tu güey
y tu hija.
en la carretera que corre
junto a las aguas
y la espuma del Caribe
mexicano.
en la carretera que cruza
la selva del sureste.
el paraíso.
lo absurdo.
nada tiene sentido.
y me siento un paria
al escribir esto.
y miro el cielo de la tarde
cómo quiere nublarse.
y el vuelo de los pájaros
como si no creyera
que tú,
hermosura de las ensaladas,
ya jamás estarás ahí
con tu sonrisa
para atendernos
o mandarnos al diablo.
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