al final de la calle
las coladeras rebosantes
siguen vomitando
aguas negras.
el río que han formado
es de algún modo
otro dios
que se abre paso
a través de un ritmo
misterioso.
mientras los perros callejeros
husmean,
los niños ponen
barquitos de papel.
y ese dios efímero resplandece
con su espalda podrida
a las tres treintaitrés
de la tarde.
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