miércoles, 31 de octubre de 2007

Habitación 233

Hiede a tu sexo esta noche, lo que sobrevive.
Los grillos han dejado de cantar. El pincel
de tu mirada borra en los rincones de la azotea
los sueños que he perdido. Tu soledad
todavía está en mis manos; no quiero dejar
de tocarte, permanecer en la cama
sin tener que salir del cuarto. Beber más vino,
fumar el tabaco portugués que trajiste
de tu último viaje por el mundo
y sentir cómo disminuye la taquicardia
junto al resplandor de la luna,
para volver a coger. Caminas por el cuarto
y no hace frío. La noche está despierta
en la espuma de tu vientre, ahora que
nos hemos alejado del infierno.

Allá afuera quedó mi ciudad, con su historia
maloliente, averiada, pudriéndose en anuncios
publicitarios como la carne en un refrigerador
descompuesto, escupiendo basura entre dientes,
apestando a pura soledad, bañada y arañada
de riñones sin un trago y de ruinas abatidas, allá
afuera vestida de muros antiguos, destrozada con
taxis fantasmas y sus puercos en puestos
de tacos siempre abiertos para el hambre o la tristeza,
allá, tras la única ventana de este cuarto,
el humo que escurre del polen, manchas en el polvo
de su aullido, infectada por la risa de sus párrocos,
atiborrada de mujeres secas o con el calzón mojado
y con hombres omitidos del álbum familiar;

crecen sus vidrios con rostros que miran
a ningún vacío y porque así es,
llena de ríos bajo el asfalto, allá quedó la ciudad
capital de cantinas brillantes y angustia,
la ciudad de intelectuales tartamudos y traumados,
con sus poetas irritando con su mutilada valentía,
los sudorosos y creyentes de palabra seria
los corazones de luces en los coches;
allá las calles donde te encontré, la ciudad
de México con toda su mierda, dolorosa
la ciudad que como, que chupo,
que inhalo cada pinche día.
Pero tú no.

Tú la ves con ojos de nieve, complacida,
extrañada. Y en este cuarto donde nada importa
más allá del tacto, de mi lengua en tu sexo
de tu boca en el mío, con la muerte dispuesta
a velar el encuentro, dejamos la ciudad
tras el ascensor y ya no tendríamos qué regresar
a sus fauces si, finalmente, nos hemos encontrado.

Me miras e intuyes lo que pienso. Me dices
que la realidad no es así. Tú lo sabes, tú tienes
más experiencia en esto, sabes cuándo
se debe decir adiós.

Pero mientras dure el amor, en este cuarto
te inyectaré los escondites vírgenes de mi ciudad,
te haré cosquillas con sus payasos a sueldo
de blues, te bañaré con el delicado licor de su rabia,
desentrañaré con faquires algún sueño adherido
a tu cuerpo; te penetraré con su amor. Después
limpiaré las arterias de ciertas palabras falsas
y con sus cantos claros de parque, con sus viejas,
destejeré tus nervios, y escribiré tu nombre
en las paredes del sueño que nace. Te cobijaré con
su hambre, lo que dure el amor. Además te robaré
algo de sangre, algunos gemidos y gestos para soportar
el ruido de acero, las frases vacías del pueblo y
del genio, el sabor del polvo que nos deja, para soportar
su macabra hermosura cuando deje tus piernas
y tenga que regresar a sus calles.

También me llevaré tus palabras preferidas en francés,
tu silencio y el profundo hedor de tu sexo que es
esta noche en que la ciudad está muy lejos. Mira,
todo es perfecto. No quiero cambiar nada.
Estamos en este hotel. Uruguay 69, habitación 233;
desnudos y borrachos.

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