lunes, 29 de septiembre de 2014

todos mis defectos te los echo encima

me llevaste a un edificio ocupa, con tus compas,
lo recuerdo mientras veo esta vela encendida
y escucho unas rolas del Teixeiro
-qué buenas rolas, o quizá me parecen buenas
sólo por esas cosas que arrastra la memoria;
debe de ser eso-
y llegamos a un lugar junto al Circuito Interior

subir las escaleras detrás de ti era no subir nada
sino mirar una especie de luz en el campanario
un montón de pájaros levantando el vuelo
en una plaza llena de gente feliz
y tu piel de atardecer moreno
entre aquellas bardas pintarrajeadas por la desesperación
y el desamor enamorado otra vez
y el amargo olor a mariguana y a cerveza
y el olor a pintura fresca que trae entre sus piernas
la primavera del esmog

perseguía tu aroma en aquellos días fatídicos de ese año
que no deja de escurrir por esas rolas
en el cuarto de este día aburrido
tus ojos color retablo oscuro en la penumbra de una iglesia
levantada en la oración de un pequeño pueblo de Jalisco
y mis defectos mordiendo con rabia mi esqueleto
para alimentar los mares de tu risa
oh, María, María, qué divertido era,
qué chingón fue seguirte por los laberintos de tus revoluciones
por los desiertos de tus interminables preguntas
por las frutas silvestres que dejaste mordidas
por las montañas de tus noches ordinarias
qué chingón  fue verte borracha aquella noche
en la que mandaste todo al carajo,

y abrazarte bajo los soles dolorosos de mi ciudad
de la tuya, la de todos
fue mágico y melancólico verte crecer un poco
y saber entre bailes y tragos y fugas
que después de llegar al otro lado de la ciudad
y al otro de uno mismo
se apagaría amarga, tiernamente
la luz del cuarto de ese hotel donde dormimos juntos.

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