jueves, 11 de diciembre de 2014

una gata que no le teme a la muerte

nos quedamos encerrados en el hotel 
el fin de semana.
habíamos comprado vino y cervezas y mota,
estábamos preparados, sin pánico.
hicimos el amor y compartimos el silencio 
y vimos películas en la oscuridad.
y fumamos. con servicio al cuarto.
jugamos a hacernos preguntas,
a dónde vamos. qué somos. por qué. 
y reímos y reímos y dormimos abrazados.
aquel fin de semana fue luminoso y cálido
como una naranja en tus manos.
el cielo despejado en la ciudad, y la noche
ese secreto al fin desnudo bailando
entre tu cuerpo y la cama.
cuando salimos, el domingo por la tarde,
me quedé un rato en el umbral de la puerta,
miraba la habitación: aquella cama,
sus sábanas hechas jirones,
los restos de vino, los ceniceros llenos,
la ventana y las cortinas abiertas,
la luz que entraba y se tumbaba en la alfombra
como una gata que no le teme a la muerte.
el silencio que dejamos.
cerré la puerta y me fui.
tú me esperabas en las escaleras.
-¿pasa algo? -preguntaste.
-no -dije-, nada. vámonos.
me equivocaba y ahora lo sé.
no quería salir de aquel cuarto,
no quería salir de ese fin de semana.
pero salimos del hotel, tomados de la mano,
y los sueños,  los caminos, el bullicio de la ciudad,
la vida misma se encargó del resto.

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