martes, 29 de enero de 2008

vieja canción de amor

compartimos la misma cama durante muchas noches.
nunca las conté, las matemáticas eran apenas el poder
de calcular la distancia que te alejaba de mí,
cuando te ibas de viaje o cuando me alejaba
de cantina en cantina, hasta terminar tirado
en las piernas de cualquier otra mujer
que nunca tenía el espléndido aroma de tu entrepierna.
o calculaba el tiempo que pasábamos juntos,
a pesar de que la cuenta regresiva que ignoramos siempre,
cruzaba nuestras venas como un cuchillo cruza
la carne anestesiada –
como ignoramos el batazo que venía directo a nosotros
desde aquella canción de amor. pero reímos mucho,
a pesar de que también hubieron muchas lágrimas,
reímos mucho, mucho, tormentas de risas y de lágrimas
huracanes de risas y alegría, no trates de olvidar eso,
no lo ocultes entre todas esas pastillas
que te ha recetado ese gran hijo de puta que es tu doctor
ese mierda batablanca que jode almas luminosas
con diazepam o prozac, trata de que ese imbécil
mierda batablanca, carajo, no toque esos instantes,
ese pendejo que no sabe un carajo del amor y
mucho menos de la lujuria del amor. nada,
nunca supo nada de nosotros ni de esas tardes
en que los pájaros se posaban en las ramas del jardín
más maravilloso del mundo y cantaban mientras yo fumaba
viéndote bailar, tan suave, a través de la ventana y
con música de Janis te quitabas la ropa
y hacías para mí el único strip tease que logró -
casi igualado sólo por el choque de los astros-,
con toda la naturaleza a acuestas, devolverme
a ese niño que ve por primera vez el arcoiris
y logra tocarlo.

hay asesinos como Charles Manson
como el Caníbal de Playa del Carmen
como el de Patrick Süskin, como Raskolnikov;
pero también están esos mierdas batablancas.
están igual de locos, la única diferencia
radica en los argumentos o en las maneras
que tienen de callarse ante la nada; en que
unos están o estuvieron libres y los otros no.
estoy seguro que si dios los escuchara -no le daría
la razón a ninguno- entendería a los que no se
justifican.
el imbécil de tu doctor no sabe eso y su justicia
carece de luz o de lo que él mismo llama amor;
incluso, el demonio o la mediocridad, si lo escucharan,
no lo soportarían jamás. a ese imbécil, el destino
le enterrará sus propios dientes en el culo
y nadie recordará su nombre y junto a su tumba
un loco maravilloso y bajito se orinará
mientras llora y ríe porque no sabe
dónde ha quedado la tormenta, su triste hogar -
pero al fin y al cabo su hogar.

pero tú, niña, no olvides esas risas, esa alegría que
compartimos en la casa de campo de tu madre,
en mi barrio lleno de aullidos parecidos a canciones
de cuna, porque es lo único que puede ayudarnos
a respirar y sentirnos a salvo cuando
por algún descuido parecido a tu nombre
en otra mujer o al título de una canción,
acudimos cada uno a la memoria del otro.

tengo que confesar que ya no siento nada por ti.
el amor pasó, ese amor lleno de sudor y lágrimas
y sudor y sangre y semen y sudor y leucorrea
y risas y palabras dulces y cartas como flores
nutridas de sombras y chaquetas bajo un árbol
de verano, pensando en el maravilloso aroma
de tu entrepierna, todo ya pasó.
no, ya no siento amor por ti, ni odio, ni ningún
otro sentimiento vil que nos atrevimos a inventar.
he despertado y a pesar de que algún tiempo
me sentí engañado, ya no es así. no sé que
chingados vaya a pasar con tu vida, si sigues
o seguirás frecuentando aquella chocolatería
donde saben preparar el sabor como a ti te gusta,
ya no sé si sigues prefiriendo la turquesa
al ámbar, o esos atardeceres junto al mar
o las caminatas por las calles bajas de San Cristobal,
tomar vino italiano y dibujar caracoles
en el corazón de un perro herido o si has vuelto
a acariciar a los caballos. no sé cómo chingados
vaya a terminar todo esto, en qué callejón
en qué puto cielo terminará todo,
a la orilla de qué abismo terminaremos,
nadie sabe, pero te digo que ya no te amo
y que, sin embargo, de vez en cuando,
no sé por qué, carajo, no sé por qué
sueño con el olor de tu entrepierna,
y echo de menos nuestra vieja canción.

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