viernes, 20 de diciembre de 2013

la vendedora de rosas

he recibido una carta tuya hace unas horas
y no he podido evitar reírme.
no recuerdo dónde empezó nuestra historia
pero sí el sitio donde acabó.
y la hora exacta. las 3:33
de la madrugada.
hace unos diez años.
a las afueras de un bar
en el sur de la ciudad.
entonces me gustaba perderme
días y noches enteras
por los laberintos de los imecas
de la ciudad más contaminada
de la vida.
entonces tú querías ayudar a mejorar
las condiciones sanitarias
de miles de indígenas de la sierra
oaxaqueña. creías que tus conocimientos
de política y sociología
lo harían posible.
y me detestabas, desde el primer momento
me consideraste una basura
aunque algo hizo que me dejaras
por un tiempo
pasearme encuerado por los pasillos
de tu vida,
donde me sentaba a ver cómo te gustaba
presumir tus maravillosas carnes
por los ventanales
y salías al balcón vestida con tus
mínimos tatuajes,
y tu reputación de universitaria
y tus ganas de volverte puta
flotaban en el aire.
de algún modo eras algo parecido
a la poesía o a la música
dicha o tocada en una gruta.
y la suciedad en donde estructuraba
mis ganas de vivir mi forma
de pensar mis deseos
te hacían sentir quizá
menos jodida
y te daban fuerza
para decir que lo imposible era posible.
me gustaba la personalidad adictiva
que escondías como
tu único y más sincero tesoro
y esa riqueza nos regaló tantas noches
eternas y entrañables.
aunque la última vez que nos vimos
recuerdo que bebimos whisky
y pichaste las rayas
y tus palabras
me dijiste que querías que viajáramos
juntos el siguiente año
querías que diéramos la vuelta al mundo
vamos a perdernos en una isla
y por un momento
al ver el zafiro de tu mirar alcoholizado
y eléctrico, sentí la certeza
la posibilidad de una isla
y creí que todo aquello ocurriría
de verdad
pero al salir del bar, abrazados,
íbamos hasta la madre
nos encontramos con uno de tus viejos
amigos y tras unos minutos
y sin decirme nada
simplemente te largase con él.
ibas muy peda
y no hice nada para detenerte.
vi que te subías a su coche
y me quedé ahí
en la pendeja.
nunca me sentí con derecho a nada
lo pienso ahora que leo tu carta
en la que me preguntas
por qué lo nuestro
nunca funcionó seriamente.
aquella noche, cuando te fuiste
recuerdo que pregunté la hora
a una vendedora de rosas,
son las 3:33, me dijo
y no sé por qué pero recuerdo también
que me sentí completamente
liberado.

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