viernes, 16 de enero de 2015

pequeños días ordinarios

caminé por el centro y me metí en un café
el sol resplandecía en las manos del invierno
y había un cielo azul interminable
bebí el café y miré el paso de la gente
parecía no afectarles el derrumbe del mundo
pensé en la gente que quiero
en la distancia
un montón de palomas levantaron el polvo
al aterrizar frente a mi mesa
se comieron las moronas que la gente
a su paso por la calle iba dejando
un acordeonista se detuvo junto al café
y se puso a tocar una música triste y luminosa
había quien se detenía un rato a escucharle
otros le daban unas monedas
me dio la impresión de que el acordeonista
un hombre como el tío José, narigón,
grandote y barbón, había asumido
su destino y lo disfrutaba,
parecía -como el tío José- un río
que sigue naturalmente su trayecto
sobre esos pequeños días ordinarios
pasaron unos niños, corrían y gritaban,
tras ellos un grupo de ancianos caminaba
lenta, pacientemente hacia la muerte
y pensé en el mar y en mis hijos y bebí café

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